Un insulto silenció el ambiente. Al principio resultaban más duros, pero al cabo del tiempo se convirtieron en rutina. Un gracias por joderme la vida chillado. Un tírame a la calle a modo de respuesta. Las lágrimas no me dejan escuchar el resto de la conversación, aunque realmente no sé si quiero oírla. Uno se encierra a ahogar los gritos que le gustaría soltar. Otro sigue hablándole a la nada, desahogándose en quién sabe si son solamente locuras. Ya no reconozco a la pareja de enamorados que fueron un día, quizás hace muchos años, antes si quiera de querer formar una familia como la que se supondría que deberíamos ser hoy.
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