viernes

Si alguna vez sientes que te falta algo pero no sabes qué es, regresa al lugar donde nos conocimos, donde nos vimos por primera vez.

20, Julio. 12:33 a.m.   Ella.

Otra vez llegaba tarde, por lo que me tocó correr. La boca de metro quedaba cerca, me metí y aceleré todavía más el paso al escuchar el ruido que hacía el transporte al llegar a la estación. Si no cogía ese metro, llegaría más de media hora tarde.

20, Julio. 12:33 a.m. Él.

Odiaba no tener algo que hacer en el transporte público, normalmente me llevaba mi reproductor de música para hacer menos tedioso el camino, pero esa mañana no lo encontré por ningún lado. Todavía quedaban ocho estaciones más para llegar a mi destino, sin duda iba a ser un viaje muy largo.

20, Julio. 12: 34 a.m. Ella.

Casi perdí el tren, ¡por los pelos!. Busqué un sitio para sentarme, cuando encontré un banco compartido con dos señoras mayores a la izquierda y un chico enfrente. Me senté y saqué la novela negra que me traía de cabeza.

20, Julio. 12: 40 a.m. Él.

Aburrimiento. Aburrimiento. Aburrimiento. Una chica con melena castaña se sentó delante mío y no me enteré. Una novela con las tapas envueltas en papel de periódico le absorbía por completo. Algo en ella me resultaba familiar, ya la había visto antes. La examiné poco a poco, buscando el detalle que me refrescara la mente sobre ella, teniendo cuidado de que no me pillase mirándola de esa manera que bien sabía que era de mala educación. Cuando mis ojos llegaron a sus zapatillas, recordé. Era la chica de las zapatillas gastadas, o así la bauticé yo en su momento. Solía coger el metro corriendo, y aun cuando se había sentado le seguía faltando el aire. Era guapa, no había vez que no llevase un libro encima y su vestimenta solía incluir unas zapatillas negras y gastadas, como quien estuvo andando mucho con ellas.

20, Julio. 12:45 a.m. Ella.

Hacía un rato que me había dado cuenta de que el chico de enfrente me estaba mirando, aunque parecía que intentaba hacerlo disimuladamente, su disimulo se lo había dejado en casa. ¿Me querría robar? No tenía malas pintas desde luego, y no parecía un ladrón ni mucho menos. Le miré por encima de mi libro, y le reconocí. Era el chico moreno de siempre, el que cogía el metro sobre las 12:00 y las 21:00 entre semana, no era nuevo en el transporte. Normalmente iba solo escuchando música, pero esta vez iba sin sus cascos.

20, Julio. 12:50 a.m. Él.

¿Me estaba mirando? Creía haberla pillado hace un segundo, pero ahora no estaba muy seguro de si en realidad estaba leyendo por encima el libro. Mierda, mi parada. Nunca supe por qué me dio rabia llegar a mi parada, quizás quería quedarme allí, aunque solo fuese un rato más, jugando a ese juego de mirarnos intentando que el otro no nos viese aun sabiendo que sí nos veía. Me bajé y subí las escaleras para encontrarme con mis amigos. La volvería a ver, seguro.


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Dicen que si algo te pertenece, volverá a ti, pero ¿y si no sabe cómo volver a ti? Tranquilo, el destino está para algo, ¿no?.

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